de portada
Laura Marín "Apostar a la vida"
Productora
General de FM Profesional 89.9
Mamá de María Victoria y Joaquín
No es simple decidir volver
a intentarlo luego de haber tenido que enfrentar el peor de los miedos que
puede tener una mamá: la partida de nuestro hijo. Yo recibí la triste noticia el año pasado,
cuando estaba entrando en la semana 28 del embarazo de María Victoria, mi
primera hija, que llegaba a mis 34 años.
En una ecografía de control me informaron que su corazón ya no latía, y
a partir de ese instante todo fue confusión y aturdimiento.
Un año después, enfrentando
todos los miedos, abrimos las puertas para que llegue un hermanito, y sin
hacerse esperar Joaquín se anunció. Hoy,
cada día es un desafío y un intento de combinar la preciosa sensación de sentir
vida otra vez en tu vientre, con el
terrible temor de que algo pueda significar un riesgo para ese bebé. Todo es mucho más intenso en un embarazo
posterior a una pérdida. Se necesita
seguridad y contención, por eso es importante el cariño y el respaldo de la
familia, y la atención y empatía de un médico que esté dispuesto a comprender
que el camino estará repleto de dudas y que cada cosa simple (y común en un
embarazo) será motivo de alerta para papá y mamá. La ansiedad se potencia, y en el transitar
diario hay que intentar volver a confiar en nuestro cuerpo, quitarle el estigma
de no haber podido albergar una vida anterior.
No es simple, ni para el
entorno ni para los padres que esperamos ese tan ansiado bebé. Pero se puede, y cada día hay que vivirlo sin
pensar en nada más, como batallas que se le van ganando a los peores
miedos. Siempre pensando que el nuevo
bebé es un ser individual y no una nueva oportunidad, y que merece ser recibido
por padres fuertes y rebosantes de amor.
Es un desafío, pero que vale la pena y que justifica cada una de las
lágrimas y cada visita que, por temor, podamos realizar al obstetra para
sacarnos cualquier duda insignificante.
La muerte intrauterina es un
tabú en nuestra sociedad que a veces busca no encarar los temas que hieren y
lastiman, y termina minimizando algo que es devastador para los padres que
tenemos que enfrentarlo. No se supera la
pérdida de un hijo con la llegada de otro, para nada. Es una durísima experiencia que nos deja un
vacío, pero también una concepción diferente de la vida y del amor. Un nuevo hijo no es un borrón y cuenta nueva,
es una experiencia diferente, que nos encuentra con más sabiduría pero con
mayores miedos y fantasmas. Es volver a apostar a la vida, entendiéndola como
un camino colmado de alegrías y tristezas, y que cada una de las piedras que
encontremos en ese transitar debe significar un aprendizaje, para seguir
caminando.
Siempre vale la pena volver
a apostar a la vida, y enfrentar nuestros fantasmas. Es un gran desafío, lleno de amor hacia
nuestros hijos que partieron y aquellos que están preparándose para venir.