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Terrores nocturnos

Los terrores nocturnos son alteraciones del sueño que generalmente se dan alrededor de los tres años y antes de empezar la adolescencia.  Es una súbita reacción de miedo que tiene lugar durante la transición de una fase de sueño a otra.

Existen diferencias entre terrores nocturnos y pesadillas. El terror nocturno es una alteración del sueño que se da de manera repetida, una o dos veces por semana, y al día siguiente el niño no recuerda nada. No así con la pesadilla, ya que son contenidos que provocan angustia, durante mucho tiempo de manera sostenida, pero luego recuerda lo soñado. Algunos estudios indican que el niño cuando se despierta de un terror nocturno, demora en volver en sí, y es como si continuara dentro del sueño. Tarda en incorporarse al contexto que lo está rodeando. No tiene una causa, ya que aparece con manifestaciones que todas las personas tienen. Sin embargo, los niños son más propensos a tener estas alteraciones, en las que balbucean y tienen movimientos en relación a sus sueños. Cuando le ocurre, el niño puede despertar gritando, pateando y a veces no puede reconocer lo que está diciendo.

Los terrores nocturnos se dan por lo general en niños que están muy cansados, enfermos, estresados o fatigados. También en aquellos que están tomando un medicamento nuevo o que duermen en un entorno nuevo o lejos de su casa. Pueden provocar amnea de sueño, y alteraciones en el ritmo cardíaco. No hay muchas formas de evitar estos terrores. Los padres deben contener, calmar y abrazar al niño. Lo mejor es no despertarlo; esos intentos no suelen funcionar y, en el caso de que funcionen, lo más probable es que, al despertarse, se sienta desorientado y confundido, por lo que le costará más tranquilizarse y volver a conciliar el sueño.

Tampoco hay que llevarlo a la cama de los padres, porque en ese caso estaríamos marcando la necesidad de estar con ellos, para que el temor pase. Los padres son los que deben hacerle entender, que tiene que superar ese miedo, para que no vuelva a suceder. Los terrores nocturnos no tienen tratamiento, pero se pueden prevenir reduciendo el estrés, estableciendo una rutina para dormir, y asegurándose que el niño descanse lo suficiente.

Se debe hablar con el pequeño, y verbalizar lo que vivió. Es importante tener presente la frecuencia con la cual se dan, y si ya está asustado antes de ir a dormir. Es preciso estar atentos, y hacer que el niño se duerma con un cuento y la compañía de los padres.  Cuando la angustia se extiende durante el día y vemos que los episodios se repiten más de tres noches seguidas, hay que consultar con el pediatra o algún especialista. Si es recurrente, puede que sea hasta hereditario.


Con el asesoramiento de Paula Rodríguez. Licenciada en Psicología





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